"Contar una historia es un acto que revela nuestra pequeñez, porque en él confesamos que necesitamos a otro, que estará ahí o no. [...] La historia que iré recogiendo aquí no es más que una manera de reclarmar, hermanos, vuestra atención hacia mi insignificante e incierta peripecia. Me complacería que os fascinara, para qué ocultarlo, pero me conformo con que al leerla sintáis que tiene algo que ver con vuestra propia aventura." [1]

sábado, 17 de diciembre de 2011

En la era de la comunicación


Leía hace tiempo un magnífico artículo de Elvira Lindo, publicado en el País y titulado “No me quieras tanto”. Venía a escenificar, en un encuentro tan tragicómico como real, la capacidad que hemos desarrollado para formular sentimientos a través de cualquier dispositivo electrónico (móvil, ordenador, portátil…), y a la vez, lo olvidado que tenemos el significado (o la vivencia) de los mismos.

Hoy sabemos decir “te quiero” de mil maneras: Te kiero, t qiero, TQ, TKM… Hoy sabemos elegir la risa en función de la situación: jeje, jiji, jaja. Hoy sabemos mejor que nunca cómo expresarnos para desear suerte, felicitar, consolar, aconsejar, debatir… Efectivamente, estamos en la era de la comunicación. Nunca el mundo fue tan pequeño, nunca fue tan fácil estar a miles de kilómetros y sentirse cerca. Nunca fue tan fácil compartir vivencias o sentirse interconectados.

Sin embargo, tengo la paradójica sensación de que nunca fue tan real el estar cerca y sentirse a tan lejos. Vivimos en una época en la que tu éxito social se mide por el contador de visitas del Tuenti, los amigos que tienes en Facebook, o los mensajes que recibes en Noche Vieja; en una época en la que si no felicitas a alguien vía alguna red social, es que no le has felicitado de verdad (aunque hayas estado con él tomando una cerveza, o le hayas llamado por teléfono). Y curiosamente, muchas de las personas que viven en esta época, echan en falta la vida real.

En la flamante era de la comunicación, nos hemos olvidado de que las palabras sólo representan un 7% de la comunicación real (frente a una importancia muy superior de la voz o el lenguaje corporal). Nos hemos olvidado que cuando te dicen “te quiero”, lo que menos importa son las palabras; el tono de la voz, la mirada, el contacto físico, el lugar… eso es lo que hace que el momento sea algo realmente especial.

Llega la Navidad y seguimos presos de esquemas que, repetidos hasta la saciedad, se han convertido en dogmas. De la misma manera que necesito felicitar a alguien por las redes sociales, en Navidad es obligatorio realizar algún regalo. Parece que si no regalamos algo, es que no demostramos que queremos al prójimo. Y a eso en ocasiones se le añade el “cuanto más grande y más caro sea el regalo, significa que le quiero más”. Nadie lo reconoce. Todo el mundo dirá que lo importante es estar juntos, reencontrarse con personas a las que no ves, o simplemente poder disfrutar de un día sin apuro. Pero lo cierto es que nos sobreviene un sentimiento de pánico al imaginar una navidad sin regalos.

Pues bien, como decía Elvira Lindo, no me quieras tanto. No me ofrezcas un súper regalo, no me felicites la Navidad por Internet, no me mandes un mensaje en nochevieja, no me escribas todo lo que me echas de menos… prefiero que me llames el 27 de Mayo, que tomemos una cerveza el 23 de Enero o que el 13 de Julio me compres ese libro con el que te acordaste de mi.

Abrázame fuerte si te alegras de verme. Saca un ratillo para tomar un café si me echas de menos. Llámame por teléfono si quieres saber que tal me va. Prepárame el desayuno que me gusta, o la comida que me vuelve loco. Esos son los regalos que, en la era de la comunicación, yo espero y deseo esta Navidad.

Nota del autor: a ver si un día de estos me empiezo a aplicar de verdad el cuento!

1 comentario:

  1. Pablo tienes toda la razón.
    Yo soy un ultra adicto al móvil, pero al final todo es como muy artificial.
    Muchos de nosotros (me incluyo) tenemos que empezar a hacer las cosas mejor

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